LAS CATATUMBAS EN PARÍS

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Arrète!  C´est ici l´Empire de la Mort reza una inscripción a la entrada de una de las galerías subterráneas del decimocuarto arrondisement (distrito) de la ciudad de París. No es necesario hablar francés como Charles de Gaulle para entender que su significado es: Detente! He aquí el Imperio de la Muerte. Advertencia que viene al pelo cuando uno accede a una red de túneles cuyas paredes están formadas por toneladas de huesos y calaveras humanas apiladas al milímetro. Se calcula que más de seis millones de cadáveres fueron traídos aquí en carruajes desde muchos de los cementerios de la ciudad que se habían quedado sin espacio. Grave problema el de un excedente que empezaba a propagar enfermedades e infecciones en los vecindarios más próximos a estos camposantos. Y drástica solución la ofrecida en 1786 por un importante cargo de la Policía parisina, Thiroux de Crosne, y el Inspector General de Minas, Monsieur Guillaumont, consistente en ocupar los más de trescientos kilómetros de las minas de piedra caliza que desde la época de los romanos tenían agujereado el subsuelo de la capital francesa.


Les carrières de Paris (Las canteras de París) son parte activa de la Historia y la Cultura de la ciudad. Inspiraron a Victor Hugo en Los Miserables, sirvieron de refugio a la resistencia francesa contra la ocupación nazi y ocultaron en oscuros escondrijos a importantes criminales y ladrones. Hoy día todo el que lo desee puede visitar una pequeña parte que se mantiene abierta al público y caminar por las galerías con miles y miles de restos óseos como testigo de sus pasos. Yo mismo hace un par de años pude emprender ese corto viaje al Imperio de la Muerte y vivir otro París muy distinto al del Louvre, la Torre Eiffel y la Ribera del Sena. Fue una ocasión en que la Ciudad de la Luz se convirtió en la Ciudad de la Oscuridad.





Blancos carteles de piedra indicaban a qué cementerio procedían los restos que conformaban las murallas óseas. Se necesitaron muchos años de exumaciones y de trasladar lo más discretamente posible los esqueletos para mantener en silencio el plan ideado por De Crosne y Guillaumont. Pero aquel era un secreto a voces, un ir y venir de oscuros carruajes descargando noche tras noche muertos y más muertos que hasta entonces descansaban en distintos camposantos parisinos. Las luces tenues y el murmullo casi inaudible de los vivos enmarcan estos pasadizos sombríos que sugieren un sinfín de historias siniestras difíciles de imaginar.









El lado más siniestro de la Ciudad de la Luz se padece con el sigilo de cada paso en el interior de un lugar que las veinticuatro horas del día es de noche. En el que las farolas son tristes luces que apenas iluminan, en el que el eco no obtiene respuesta. Visitar las Catacumbas de París ayuda a perpetuar la Leyenda, a divisar de cerca la tenebrosa historia de de unos subterráneos que aterran y fascinan a partes iguales. Bajo el empedrado de las calles relucientes de Montparnasse no llega el sonido del claxon de los coches y de los andares de tacón. Tan sólo el de las gotas de agua de una lluvia furtiva que se cuela y, a menudo, inunda las galerías. Entonces aparece el recuerdo lúgubre de los negros carruajes y de los sepultureros a sueldo hacinando hueso con hueso, calavera con calavera…




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